miércoles, 12 de mayo de 2010

EL PATIO DE LOS PERDIDOS CAPITULOS XII Y XIII

CAPITULO XII

En lo referente a madurar puede llevar razón mi tutor pero no comparto del todo su tesis con respecto a lo de crecer (aunque no me gusta hablar del tema de la estatura, porque yo no es que sea muy alto aunque mis padres dicen que pronto daré el estirón), ¡las niñas de mi clase nos sacan una cabeza! Yo no sé que comerán, pero cuando vamos en la fila se percibe una diferencia bastante importante. Salvo unos cuantos compañeros que son algo más altos, por lo general, ellas tienen mayor estatura. Mi madre comenta con mi padre que es por el desarrollo, pero bueno, ya veremos en Secundaria si cambia la historia.

La Secundaria, ¡ufff!, ¡miedo le tengo! No quiero asustarme ni crearme castillos en el aire sobre lo complicado que será pero… ya tengo varios amigos en primero de E.S.O y me han informado. Sobre todo, me dicen que el primer trimestre es durillo porque se han tenido que adaptar a muchas cosas: profesores, asignaturas, horarios, tareas, exámenes…

Voy dejando el tema que sólo de comentarlo me entran los sudores de la muerte. Antes que empiecen esos asuntos tengo que hacer frente a este curso. No puedo confiarme, porque aunque ahora mismo lo esté llevando medio bien, faltan algunos meses y supongo que irá aumentando la dificultad y los contenidos de las materias.

Estas últimas semanas se me están pasando volando. Además, ahora en mi clase hay alumnos de prácticas de magisterio. Ellos están con nosotros porque se están preparando para ser maestros en un futuro próximo. Es una profesión que me gusta. Mis padres a veces dicen:

-¡Mira qué no tienen suerte los maestros, con tres meses de vacaciones y todas las fiestas del año!

Ese es un buen motivo para ser profe. Como iba diciendo, con nosotros ahora mismo están dos alumnos de magisterio. Uno pertenece a la Escuela Universitaria de Magisterio de la Iglesia y el otro a la Universidad Pública. Van a coincidir poco más de una semana. Uno ya mismo acaba y el otro sólo se quedará dos semanas. Son muy agradables y nos tratan muy bien.







CAPITULO XIII

-Bueno como te iba contando, Borja, para el martes no tenía muchas tareas. Era lunes y el tiempo estaba bastante revoltoso, las nubes estaban a sus anchas, buscando pelea, el cielo se tornaba grisáceo y amenazaba tormenta.

Me fui al cuarto después de merendar y me entretuve un poco pensando en el martes porque teníamos partido en el recreo y jugábamos contra sexto B, así es que necesitábamos ganar a toda costa ya que el empate no serviría para nada porque de esa manera pasarían ellos a la semifinal.

Al final acabé por dejar esos pensamientos e intenté hacer un esfuerzo y ponerme a leer. Cuanto antes empezará, antes lo iba a acabar. Lo único que me pesaba era la idea de tener que acabarlo del tirón. ¿Cincuenta páginas es cortito? Me preguntaba a mí mismo, pues no sé qué será largo para este hombre (Don Ricardo). Entonces, abrí el libro y comencé a leer. ¿Estás preparado Vicente?

-Preparado, ¿para qué?

-Para escuchar el contenido del libro, sobre lo que versa la historia que me dio a leer Don Ricardo -dijo Borja con cierto desaire. Parecía que debía saber el por qué, o quizá fuese su carácter.

-Claro, claro que lo estoy, Borja, tranquilo ya no me voy a sorprender de nada- solté con una sonrisa medio burlona.

-Pues ya veremos, quizá ahora cambies de idea. El libro, para aclararte todo antes, estaba escrito por Don Ricardo.

-¡Jajajaja! -me salió una gran carcajada. Pues igual que el mío Borja, si ya te digo, supongo que será el mismo.

-Bueno ya no me detengo más. El libro comenzaba así:

“Es un buen momento para las presentaciones, me llamo Vicente tengo 11 años y estudio sexto de primaria…”

Mi rostro según Borja, empezó a palidecer, noté como un nudo en la garganta. Las manos se tornaban abanicos en movimiento constante, las piernas se convirtieron en toneladas de cemento.

-No puede ser cierto Borja, me dejas sin palabras, además esto se empieza a escapar de mis manos, de nuevo estoy como al principio, no me cuadra nada. Por favor sigue hablando estoy impaciente por saber de qué va todo esto.

-Tranquilo, Vicente -con un tono muy cercano, me habló Borja. Voy a seguir con mi historia, tú escucha con atención. Como te decía, la historia hablaba de Vicente, un chico de 11 años que estudiaba sexto de Primaria. En las primeras páginas me hablaba de sus gustos, de su clase, de su colegio, de sus aficiones, cosas normales, lo habitual que va sucediendo en tu vida en esta edad.

A partir del capítulo dos, la historia daba un vuelco descomunal, se levantaba un buen día iba al colegio y su colegio había desaparecido, se encontraba a algunos profesores que le indicaban ciertas cosas y al final, el chico tomó la opción de adentrarse en el patio (lo que era antiguamente el patio del colegio) e indagar para intentar descubrir alguna pista que le sirviera para entender todo lo que sucedía.

-¡Borjaaaaaaaaa! -exclamé desesperado ya, movido por la histeria, descontrolado completamente, con los nervios a flor de piel-. ¡Borja, esa es mi historiaaa!, ¿tú lo sabes? Creo que te expliqué todo cuando te encontré en la parte que correspondía al bar del colegio, hace unas horas… ¿No estarás gastándome una broma? No tendría ni pizca de gracia.

-Ehh, chico - respondió Borja con gran naturalidad-. Te estoy diciendo la verdad. Tienes que mentalizarte de que vas creciendo. Vas a pasar a Secundaria en breve y no puedes vivir en la Luna de Valencia, ni estar en Belén con los pastores, como dice mi madre. La realidad es otra, la vida ya te está empezando a cambiar y esto si te ha pasado tendrás que descubrir por qué es.

Yo ya he vivido esto, ahora mismo estoy experimentando algo nuevo. Sé porqué te está sucediendo todas estas cosas, yo ya las he pasado, y también sé que estoy aquí porque tengo que crecer de alguna manera.

La explicación no la vas a encontrar como caída del cielo, piensa en ti, y piensa todo lo que está pasando, quizá así sea la única manera de que te enteres de algo. Yo estoy intentando explicarte las cosas, pero no saques conclusiones tan precipitadas.

Acostumbra a escuchar, a escuchar sin estar pensando en otra cosa al mismo tiempo. Yo era como tú, y parece que me han servido estos años.

-¿Estos años? -nuevamente me adelanté, con otra pregunta.

-Venga, bah -sonrió Borja-. Veo que es complicado contigo, Vicente, ¿pero tú has escuchado toda la parrafada que te he soltado?

-Sí, sí, -contesté con desparpajo asintiendo incluso con la cabeza de adelante hacia atrás, para hacer más creíble mi respuesta aunque, sinceramente, todo, todo no lo había pillado pero cualquiera le decía eso a Borja.

-Intentaré continuar antes de que me saltes con otra cuestión -dijo Borja con cierto cachondeito. Parecía que éramos ya amigos, y eso que solamente llevábamos juntos unas cuantas horas.

-Como iba diciendo, el chico se pateo de arriba a bajo, de cabo a rabo, todo el solar, y no encontraba nada, para su desesperación no veía a nadie en la calle, intentó llamar a su familia y nadie le contestaba al teléfono. En ese momento, en ese preciso momento de la historia, me rendí, me dejé vencer por la tentación, la sutil y delicada tentación del sonido del teléfono.

La tentación no era tan golosa en sí, lo que pasa que esperaba una llamada. En ese momento me daba mucha vergüenza reconocerlo, te lo prometo, y no sé lo decía a nadie, pero me gustaba una chica de mi clase. Le había dicho que me llamara para que me dijese las tareas de Mates. No era ese verdaderamente el motivo por el que quería que me llamase, yo las tenía apuntadas en mi cuaderno perfectamente señaladas, los ejercicios, los problemas y las cuentas de dividir con decimales.

La verdadera intención no era otra que hablar con ella. Me gustaba desde hacía tiempo pero no me atrevía ni siquiera a mantener una conversación con ella diáfana y sin interrupciones. Cuando la veía acercarse en el patio, me ponía colorado, mis mejillas se sonrojaban como si todo el sol de la ciudad a las cuatro de la tarde en pleno agosto me estuviera dando a mí.

¡Qué vergüenza! Total, que hablé con ella, le pregunté los ejercicios, hice como si los estuviese copiando y le comenté si ella ya los había terminado, si le habían parecido fáciles o difíciles. Y cuando vi que se acercaba mi madre a la salita donde tenemos el teléfono, raudo y veloz le di las gracias por todo y solté un soso, simple, y rácano: “mañana nos vemos”.

La timidez tiene eso, no sacas fuerzas para comportarte como lo haces con tus amigos, en tu ambiente. No creas que lo he superado, todavía sigo llevando a cuestas esa dificultad para tratar con las chicas, evidentemente con las que me gustan. Aunque algo si voy superándome. Estas cosas sólo te las cuento a ti, para que sepas toda la historia, sin cortes ni censuras, pero normalmente no hablo de chicas.

-Vale, vale, Borja, no te preocupes que yo no diré nada, no sé siquiera de quien me hablas. Me siento reflejado en muchos de los comentarios que has dicho sobre la actitud con las chicas, yo soy algo tímido también, bueno, tímido al cuadrado -este último tema de conversación acababa ya de unirnos del todo, la expresión de nuestro rostro lo decía todo.

Existía cierta complicidad a pesar de la diferencia de edad. Nos miramos a la cara y soltamos una carcajada. La confianza en el otro crecía por minutos, estábamos abriendo nuestro corazón y eso a mí me hacía sentirme muy relajado, con mucha paz por dentro.

Teníamos la llave que nos abriría la puerta del camino a casa, a nuestra vida real, él lo sabía por eso me ayudaba y yo todavía tenía que mentalizarme para ello.

-Voy a continuar -dijo Borja-, que me he enrollado hablando de la niña ésta. Cuando acabé la llamada, precipitado realmente por la presencia de mi madre en la salita, nervioso porque no quería que me preguntase nada, sobre todo si me había oído decirle que no tenía las tareas de mates, cuando ella siempre me dice que apunte todo.

Me iba a pillar, aunque en el fondo las madres lo saben todo, se dan cuenta más rápido de lo que nos pensamos de todas las cosas que nos van sucediendo. Con todo el jaleo olvidé volver al libro, la llamada era demasiado importante para mí en ese momento como para recordar que tenía un libro en la mesa del cuarto, ¿me entiendes, Vicente?

Puse cara de total empatía con Borja, y le dije con franqueza:
-Te entiendo perfectamente Borja, a cualquier chico se le hubiera olvidado. Pero… ¿qué pasó después? -la intriga me hizo volver a adelantarme a sus palabras, estaba tan cerca que la emoción me hacía mostrarme muy impulsivo, todo lo que me había contado me resultaba tan extraño. ¿Qué quería decir? ¿Él leyó un libro sobre mí, cuando yo todavía estaba en el primer ciclo de Primaria? Quién me iba a hacer creer que sería tan arriesgado dejarme un libro a medias…

No hay comentarios:

Publicar un comentario