jueves, 29 de abril de 2010

EL PATIO DE LOS PERDIDOS CAPITULO IV y V

( Seguid votando la cosa está interesante)

CAPITULO IV

Lo que más coraje me da del colegio son las tareas. ¡Ufff! estoy en guerra permanente con los libros, sobre todo los de lectura. Es un piñazo tener que leer tanto. A mí no me gusta nada. Si yo fuera profesor los prohibía. Yo sé que eso no se puede pero… Las matemáticas sí me gustan mucho. Siempre se me han dado bien.
Al principio me atrancaba algo en los problemas, sobre todo si tenían varias preguntas porque no sabía ir por partes. Ya le voy cogiendo el truco y en los últimos controles he sabido hacer todos los problemas bien.

Las demás asignaturas no me resultan complicadas, lo que pasa es que me cuesta ponerme y me da mucha pereza. Además, mi madre empieza a tirarme tiritos, como yo los llamo. Ella nunca me ha reñido seriamente, porque ve que al final voy sacando las cosas; es exigente pero me deja respirar. ¡Ah! se me olvidaba, lo de los tiritos, es muy sencillo, son frases que mi madre suelta con intención, para que yo capte lo que quiere que haga. Por ejemplo, son las cinco de la tarde y todavía no me he puesto a hacer tareas y empieza:

¬-Yo no digo nada, pero luego me dirás que no te da tiempo de hacer las tareas y como llegue la hora de la cena verás...

La traducción sería: niño ponte con las tareas ya y deja de vaguear en el sofá. Otro ejemplo:

-Vicente, la tía Lourdes nos estará ya esperando, pobrecilla; que traducido sería: ¡deja ya las tonterías niño y cámbiate de ropa rápido que tenemos prisa, ¡correee!

Son cosas de las madres, aunque en el fondo siempre tienen razón. Por ejemplo, sales de casa un día nublado (sólo nublado, si ni una sola gota de agua) para ir al colegio con prisa y desde el cuarto, tu madre te dice: ¡Vicente, llévate el paraguas que está muy raro el día, luego a las dos de la tarde seguro que está lloviendo y te pones chorreando! Tú, con esa seguridad que ya sientes, mezclado con la prisa que llevas para no llegar tarde, le contestas:

-¡Mamá, no está ni chispeando! (encima se lo dices casi cabreado, pobrecillas, lo que aguantan con nosotros) Pero lo peor viene después. En el recreo te quedas en la clase porque está lloviendo y empiezas a darte cuenta de que estás sin paraguas. Luego, llegan las dos de la tarde, sales de clase y está diluviando. Por dentro dices, ¡jou!, ¡cuánta razón tenía mi madre! Y, al final, me la encuentro allí en la puerta del colegio, con una media sonrisa:

- ¡Te lo dije!, ¡ves como al final llovía!, ¡toma, sujeta el paraguas y venga, vamos para casa que si no vengo te hubieras puesto como una sopa!

Casos como ese, muchos, a montones.

CAPITULO V

Se me encendió la bombillita. Una frase vino a mi cabeza como por arte de magia. El peso de la cartera sobre mis hombros había provocado no sólo cansancio sino también había bloqueado mi mente. Pero ya tenía una nueva pista para superar todo eso. Recordé la última frase que dejó escrita Don Ricardo: “busca la llave”. La llave, ¡eso es! busqué en la cartera y encontré mi llavero del colegio, dentro de él una pequeña llave. Esta llave me la había entregado Don Ricardo por si algún día el faltaba a clase, era la llave del armario donde guardaba sus apuntes y sus cuadernos para la asignatura de Lengua. Todas las fotocopias que nos iba entregando sobre verbos, determinantes, fichas de lectura, todo estaba dentro de ese armario.

Pero claro, el armario, al igual que todo el colegio, había desaparecido. ¿Qué querría decirme Don Ricardo? ¿Para qué buscar la llave? Una nueva pista, pero como siempre llegando a un callejón sin salida.

Me desanimé un poco y cogí de nuevo la cartera sin otra intención que marcharme del solar, aún no sabía donde pero ya no aguantaba más ahí. Llevaba cerca de dos horas desde que llegué y todavía no entendía nada de lo que estaba sucediendo. Me quise salir por la parte que correspondería al bar de Antiguos Alumnos y, al llegar a la calle, no daba crédito a lo que estaba viendo. ¿Puede ser?, me pregunté extrañado. Había un muchacho bastante mayor que yo, no sé, en un primer momento no hubiese acertado con la edad.

-¿Qué haces tú aquí? -me preguntó con una sonrisa de complicidad.

- ¿Cómo que qué hago yo aquí? -contesté algo confuso e intimidado a la vez por ese muchacho.

-Te pregunto qué… ¿de dónde has salido tú?, titubeó el joven.

- Perdona, pero no te entiendo -repuse con resignación porque creo que debería haberle preguntado que de dónde aparecía él, porque la calle estaba desierta, los teléfonos no contestaban y nadie daba señales de vida, por tanto quizá el que me debería dar explicaciones sería él, pero claro eso no fue lo que le contesté. Sin embargo, mi respuesta fue simple.

-Me llamo Vicente Villar, estudio en este colegio sexto de Primaria y hoy venía a clase y cuando he llegado me he encontrado que el colegio ha desaparecido y es un solar.

-¡Ahhh!, ya nos vamos entendiendo -contestó con menos énfasis el muchacho.

-Bueno, mira, me voy a presentar -dijo- Me llamo Borja y también estudio, aunque estoy en cuarto de ESO, repitiendo, y creo que te puedo explicar de qué va todo esto. Lo mejor será que me acompañes, es una historia complicada, además, para que la entiendas es recomendable que te sientes y puedes descansar un poco.

-¿A qué hora dices que has llegado aquí? -me pregunto Borja. Ya notaba en su forma de expresarse más cercanía que en el primer momento que nos vimos.

-Pues mira, yo he llegado aquí a las nueve de la mañana como si fuera un día normal de clase -le respondí.

-¿Has visto a alguien en el camino? -me preguntó Borja.

-No, no. En todo el camino, aunque me ha parecido algo raro, no he llegado a ver a ningún compañero, ni nadie del colegio. Bueno, espera -comencé a hacer memoria - vi a Don Rodrigo en la puerta y empezó a charlar conmigo sobre temas muy trascendentes.

- ¿No viste a nadie más? -continuó insistiendo Borja.
- No, no –le dije. Además, a partir de ese momento me encontré completamente solo, hasta que por fin te he visto y parece que he visto el cielo abierto, porque es que estoy más perdido que un extranjero en la procesión del Prendimiento.

Mi tono de voz era suave, intentaba darle algo de pena a Borja, que notara que mi desesperación era grande, no había pensado antes en nada más que resolver esta situación, pero poco a poco me acordaba de mis padres, de mi familia, de cómo se solucionaría todo y estaba ya agobiándome.

-¡Ay, una cosa! -exclamé algo nervioso- no sé si será importante, pero mi madre que siempre está en casa a esas horas, ya no estaba en casa cuando me levanté, aunque también es verdad que era ya algo más tarde de lo normal.

- Bueno, puede ser que ese dato nos sirva, aunque ahora mismo mejor será ir por partes. Todo a su tiempo, tú no tengas prisa, que tenemos un rato por delante. Vente conmigo ahora, que vamos a dar una vuelta y te voy explicando todo lo que yo sé, no tengo una seguridad completa, pero intuyo lo que puede estar pasando.

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