CAPITULO XIX
No salía de mi asombro escuchando las palabras de Miriam.
-Vamos haber, ¿en qué se supone que te tengo que ayudar?
-Mira, Vicente, Borja me ha metido en un buen lío. Yo no tengo nada que ver con vuestro libro y vuestra historia. El cuestionario incluía un apartado en donde preguntaba que quién creías que sería la persona más adecuada para acompañarte en caso de necesitar ayuda de otra persona. Borja, me puso a mí. No es que tenga nada en contra de él. Pero la papeleta en que me ha metido es bien gorda.
Así es que fíjate chico, me encuentro yo aquí, en este embrollo, sin comerlo ni beberlo. Es por eso que tú eres de gran ayuda para mí. Yo, a cambio voy a intentar explicarte como podemos salir de aquí. Pero es necesario unirnos, ¿me ayudarás?
-Sí – dije rápido y contundente-. Sí, claro que te ayudaré Miriam.
De nuevo la sonrisa volvió a lucir en su rostro. Yo me quedé embobadito mirándola. Era normal que pusiese su nombre Borja, ella era guapísima, aunque tenía su carácter, era evidente.
-Bueno, estoy impaciente, chica, empieza a decirme qué cosas son las necesarias para volver a la normalidad porque el colegio no es que me apasione, pero esta situación se me está haciendo muy cuesta arriba.
-Lo primero será acercarnos al solar.
Una vez que llegamos allí, nos pusimos manos a la obra. Ella me dijo que había que buscar a la altura del campo de tierra, que allí debía estar escondido un papel. Miramos de arriba abajo hasta que lo encontramos. El papel no era muy grande, medio folio más o menos. En el folio no había nada escrito. Miriam no me dijo por qué había que buscar el folio ni nada, pero yo tampoco le pregunté porque las ganas de volver a casa me hacían demasiado práctico y poco preguntón.
Debemos buscar a una muchacha, ella tiene muchas respuestas.
-No me dijo nada más. Ni siquiera el nombre de la chica. Cuando estuvimos andando unos pasos ya soltó su nombre. Se llamaba Marina Bretones Fernández, era una compañera de 5º del cole. Nos dirigimos sin perder detalle hacia un descampado que se encontraba a las espaldas del colegio. Ella nos esperaba con una gran sonrisa en su rostro.
-¡Hola Marina!- me salió espontáneo ( cada vez era menos tímido, no me imaginaba antes saludando yo a una niña.
-¡Hola Vicente! Como sé que buscas respuestas y yo te las puedo dar, no perderé ningún minuto. Ya sé que es crucial para ti. Yo estoy aquí por algo, normalmente me sucede. Ya no me extraño, el tiempo parece que se para, me depara a este lugar virtual, por definirlo de alguna manera y alguien me pregunta algo sobre como volver a casa. A todos los digo lo mismo. A mi me encanta leer, yo sólo sé que cuando empiezo a leer en casa al rato me traslado hacia aquí y una persona me encuentra y me pregunta como volver a su casa. Te diré lo que siempre digo, y creo que funciona. Busca en ti mismo, no hay nadie mejor que uno mismo para saber volver a tu lugar. Lo importante es reconocer nuestras dificultades y luchar por solventarlas.
- De repente la chica desapareció y quedé otra vez a solas con Miriam. Ella permanecía callada, como si supiese que quería decir Marina con esas palabras.
-¿Ahora qué hacemos, Miriam? Me sorprende un poco esta chica pero lo que debo hacer es mirar bien en ese folio, a ver Miriam ahí pone algo...¿Aquí dices tú que debe poner algo? -comenté yo, algo desencantado, principalmente porque seguía sin verle el final a todo esto.
-Tranquilidad y buenos alimentos, como dice mi padre -contestó Miriam-. Ven, busquemos donde da el sol, hay que mirarlo a la luz del sol.
Nos alejamos hacia una esquina, una vez en ese rincón del campo, concretamente cerca del área pequeña de una de las porterías, entonces, Miriam acercó el papel con mucho cuidado y empezó a verse algo escrito con un color azul claro.
-¡No puede ser! –exclamé algo sorprendido.
-Sí, sí -se apresuró a afirmar Miriam-. Parece que pone algo Vicente, ¿puedes leerlo tú también?
Al principio costaba un poco pero una vez que fijabas la mirada, ya se iba aclarando más lo que estaba escrito, decía algo así:
“Entre la puerta y la entrada, la verdad será encontrada”
-¡Corre, corre, Vicente! -las palabras de Miriam, parecía indicar que estaba cerca la vuelta a casa.
Fuimos todo lo rápido posible, llegamos a donde estaría situadas las puertas del colegio.
-“Entre la puerta y la entrada”… tiene que ser aquí –exclamó Miriam-. Sí, debemos mirar bien. ¡Mira!, hay una flecha que señala a la calle, ahí, a la señal de tráfico, donde está la papelera.
Miré detrás de la señal y me encontré unos folios doblados, algo amarillos, como si el tiempo hubiese hecho mella en ellos.
-Esto debe ser lo que buscábamos.
-Sí, sí, déjame verlos -contestó sobresaltada.
¡Que brío! No esperaba una reacción así de una chica tan tranquilita como ella. No pude ver lo que ponía, simplemente vi como se le encendían los ojos de la emoción. Cogió los folios los guardó y me dijo:
-Ya está todo resuelto muchacho. Nada de esto debería haber pasado.
-¿No puedo leer lo que pone en esos folios Miriam? -pregunté yo, comido por la curiosidad.
-No sé, Vicente, quizá sea mejor que no lo leas. Tú has vivido esta experiencia, seguro que sabes sacar cosas positivas de todo esto. Ahora lo importante es que sepas valorar más las cosas y ya está. Para qué liarte más.
-No sé, me dejas con las ganas, después de todo, si consigo salir de aquí me hubiese gustado saber como lo he hecho. Porque… ¿ahora qué pasa? ¿Ya todo vuelve a la normalidad?
-Sí, sí, sólo tienes que volver a tu casa y cuando estés llegando todo será como antes, ya mañana volverás a nuestro colegio sin problemas.
-Bueno, pues encantado de conocerte Miriam, ya nos veremos por el colegio.
Me dio dos besos qué provocaron nuevamente un volcán en erupción en mis mejillas. Seguramente ella lo notaría.
-¿Cómo?, ¡ah! Sí, sí por el colegio, venga hasta pronto.
Su respuesta, a pesar de la conmoción de los besos, me dejó pillao. No sé por qué, pero algo me olía mal. Parecía como si Miriam no me hubiese contado toda la verdad. Yo, a pesar de todo, le hice caso, agaché mi cabeza y me dirigí presuroso hacia la otra calle, crucé por el paso de cebra y me marché por el camino que todas las mañanas hacía, dirección: mi casa.
Cuando estaba cruzando la esquina de la tienda de aparatos electrónicos de la calle del colegio, ya en la otra acera, escuché un grito desde lejos:
-¡Vicente, Vicente!
Volví la vista atrás y era Borja. ¡No, por Dios!¡Más líos, no, pensé para mí. Esperé a que llegara, venía sobrecogido, sudando y con la cara descompuesta.
-¿Qué pasa Borja? ¿De dónde vienes?
-¿Qué de dónde vengo?, de buscarte, de buscarte, te dije que te dieras una vuelta, no que te perdieras por ahí.
-He estado con Miriam, por cierto, ¡qué guapa es!, qué callado te lo tenías.
-¿Cómo?, ¿has estado con Miriam? ¿No la habrás ayudado a encontrar unos papeles? Dime que no, por favor…
-Ni que fuese un crimen, además tú no me has contado toda la verdad, ella me ha informado muy bien de todo, encima me prometió ayudarme y fíjate, ya está todo arreglado, vuelvo a casa. No sé que pasa contigo, pero está claro que me engañaste.
-¿Engañarte a ti?, yo no te he engañado, ella se ha aprovechado de ti para volver solita a la normalidad, ella sola, leyendo el escrito que dejó Don Ricardo para ti, se lo conté yo. Además, ha hecho lo que quería, dejarme a mí también aquí.
Vamos, si quieres ir en dirección a tu casa, verás cómo todo sigue igual. Yo le conté a ella que existían esos papeles, pero que sólo tú podrías encontrarlos, la historia es tuya, nosotros sólo vinimos a ayudarte.
Me estaba derrumbando, se me empezaron a saltar las lágrimas e iba a comenzar a llorar. Ya si que era todo esto una pesadilla, no había dudas…
CAPITULO XX
Tanto los expertos en algo como los que no lo somos tenemos muchas cosas en común, aunque la que más nos divierte y nos llena de alegría son las tradicionales excursiones.
Este año hemos tenido varias y aún nos queda la mejor. El gran viaje de final de curso. Para ello hemos estado vendiendo mantecados y bombones durante el primer trimestre. Cada uno ha ido haciendo un esfuerzo por colocar en su cuenta particular muchas cajas vendidas para obtener un buen beneficio que nos ayude a costearnos el viaje.
Yo he sido de los normalitos de mi clase. Prácticamente todos mis compañeros han vendido mantecados. Junto a sexto C somos la clase que más pedidos hemos realizado. Nuestro tutor es el que se ha estado encargando, iba por las clases llamando a los alumnos e íbamos recogiendo nuestro pedido. Ya os digo, ha habido gente que se ha costeado el viaje. 30 cajas de surtidos especiales, 30 cajas de bombones variados, 30 cajas de almendras garrapiñadas, una barbaridad. Yo a duras penas he vendido 5 cajas de todo, hasta un par de cajas de polvorones sin azúcar para mis abuelos.
Mi madre iba colocándole cajas a las vecinas, a sus amigas con las que hace la primitiva, etc. Mi padre en el trabajo decía que no llevaba ninguna, que siempre cuando le ofrecían papeletas para algo las rechazaba, que no era plan de llegar con su cajita de mantecados, la verdad que sí, era coherente buscarle otra salida.
Todavía no nos han dicho donde nos van a llevar. Mi madre ya está preguntándome pero no sabemos nada. Mi tutor dice que se están barajando varias posibilidades y según las ofertas y la calidad-precio pues ya decidirán.
En otros años han ido a Valencia, concretamente a Alicante. Allí estaba todo organizado y lo pasaban genial. Visitaban el Parque de las Ciencias, Terra Mítica, etc. Además la playita estaba muy cerca del hotel y todos los días estaban en la piscina. Los que están ahora en 2º de E.S.O nos lo han contado y la verdad que tiene muy buena pinta.
Esperemos que mantengan ese viaje y no lo cambien o si lo hacen que sea un sitio chulo, aunque en el fondo lo que más mola es poder estar todos esos días con los amigos de la clase. Además hay que aprovechar que el año que viene dicen que nos cambian de compañeros y hacen clases nuevas. Veremos a ver, más que nada si apruebo porque llevo la cosa chunga, chunga.
CAPITULO XXI
-Tranquilo, Vicente, creo que no todo va a ser tan fácil para ella. No sé si estoy en lo cierto, pero me da en la nariz que Miriam no podrá volver a su vida, sin antes volver tú a la tuya. Esa era una de las condiciones que ponía Don Ricardo en su cuestionario. Aunque eso no quite que… ¡estés en la parra tío! -en otro momento sus palabras me hubiesen molestado, pero Borja llevaba razón, me había dejado engatusar por la simpatía de Miriam, su forma de pedirme las cosas, vamos, todo en general.
-Tienes razón Borja, he sido un patoso, pero se puede remediar – como se notaba que estaba cambiando, ya sabía aceptar hasta mis errores con más facilidad. A este cambio de actitud le llamaría mi padre, síntomas de madurez, él que tantas charlitas me daba en casa-.
-Sí, desde luego, todo tiene solución, pero bueno que eso no quita que estés empanao cómo puedes no mirar lo que había en esos folios, ahí estaba la puerta para salir de aquí, no ves que tú eres la llave.
-¿Yo, la llave?
-Claro, tío, si tú vuelves, volvemos todos, es el trato, es lo que decía el cuestionario.
-Ya, ya, vale, dejemos las teorías, ¿y ahora qué?
-¿Cómo que ahora qué? , la única salida que nos queda es ir a buscar a Miriam, ella en estos momentos se tiene que estar dando cuenta que por muchos papeles que lea, no tiene escapatoria, ella te necesita igual que yo. Y tú necesitas leer esos folios.
-Bien, hasta ahí, correcto, entendido todo -afirmé con mucha seguridad. Ahora parecía que habíamos cambiado los roles. Borja se estaba convirtiendo en un joven asustadizo, y preocupado. Yo en cambio, aceptaba ya de buen grado, que era el verdadero protagonista de esta historia. Nunca me había sentido tan bien. Todo debía pasar por mis manos, sino nadie volvería al lugar del que vinimos.
Después de todo un día, bien largo por cierto, me estaba empezando a sentir de otra forma. Tenía cierta curiosidad por ese mundillo de los libros, o más bien ese mundillo había empezado a interesarse por mí. No sé cual de las dos cosas era más verdadera. Lo que si estaba claro es que nadie me había dado tanta importancia como la que ahora me ofrecían tanto Borja como Miriam, que supuestamente en estos momentos estaría pensando en mí, claro que… por interés lógicamente. Ojalá fuese por otro motivo, pero no hace falta ni nombrarlo, ¿se iba a fijar en un chico mucho menor que ella? Lo descarté claramente.
-Creo que puedo tener una remota idea de donde estará Miriam, vamos a dirigirnos hacia la otra parte del colegio, la salida por el campo de tierra, en el lateral cercano al antiguo cerro de la Golondrina –me indicó Borja.
Yo estaba risueño, como en una nube, es descarado por mi parte decirlo, pero en este instante, no me importaba seguir aquí envuelto en esta nebulosa de misterio y aventura, ya que el mundo se movía sobre mis pies, todo giraba en torno a mí, mi ego crecía desmesuradamente. Dicen que cuanto más subes, más dura es la caída, pero …¡ se está tan a gustito arriba!
-Venga chico, ya creo que nos queda poquito. No pensé que ayudarte iba a ser tan complicado. Cada vez me acuerdo más de mi casa, de mis colegas… Esto tiene que terminar.
Sus palabras iban en contraposición a mis nuevos deseos. Yo quería aguantar un poquito más la historia, saborear las mieles del liderazgo.
Caminamos hacia esa calle, atravesamos por la parte del otro colegio que había al lado del solar, ese colegio si seguía en su sitio, el paso de Borja era acelerado, con un movimiento rítmico continuado, en cambio el mío era pausado, con la cabeza erguida, la mirada puesta al frente, con decisión y valentía, pero sobre todo sin prisa.
-Mira, mira –señaló con su índice al final de la calle, a la altura de la rotonda tradicionalmente llamada El ciprés. Allí, sentada en el banco con la mirada en los folios se encontraba Miriam. Nunca la había visto tan aplomada, su cuerpo parecía caído, sin fuerza.
-¡Ehhh!,¡embaucadora, traidora!¿Qué pasa? ¿No ha habido suerte no?-de su boca salían toda clase de improperios hacia la muchacha, ella no sé si haciendo alarde de paciencia, o simplemente abatida por el fracaso, no levantó la mirada.
Continuó con su cabeza mirando la acera. Al llegar al banco, me miró y me dijo con cierto tono melancólico:
-Vicente, creo que estos folios te pertenecen, disculpa mi atrevimiento, mis mentiras, pero necesitaba salir ya de esto. Nunca he sido así, esta pesadilla está sacando de mí mis peores instintos, no volveré a mentirte, te pido disculpas.
-¿Eso es todo? ¡Te parecerá bonito! El muchacho buscando la manera de volver a su casa y tú aprovechando la coyuntura y queriendo escaparte por la tangente, ¡ya te vale!
-Perdona -contestó con un tono tosco Miriam, algo poco habitual en ella-. Perdona, pero eres el menos indicado para hablar. Tú si que has mentido descaradamente, te inventaste un absurdo para meterme en esto, todavía me planteo como no he intentando salir antes de aquí. Yo nunca te dije que me metieras en esto, fuiste tú, cuando en el maldito cuestionario escribiste mi nombre, yo me llevaba muy bien contigo, pero veo que no eres como pensaba, me estás demostrando que no eras ni la mitad de lo que creía. Pero bueno de todo eso ya hablaremos más tarde, lo importante es que Vicente nos saque de aquí, y luego ya veremos.
¡Qué barbaridad! ¿Mi padre que diría de todo esto? es lo primero que se me vino a la mente. Estos chicos de la E.S.O. no demostraban síntomas de madurez. ¡Vaya manera de ponerse verdes! Se han puesto como un trapo y yo pensaba que eran muy amigos ¡Qué fuerte!
-Bueno chicos, vamos a dejarnos de discusiones. Miriam, déjame esos dichosos folios a ver que ponen y vamos a llevarnos bien que las peleas no sirven de nada, como dice mi amigo Borja. Todo tiene solución, ya sea en esta vida o en la otra, porque aún no sabemos si podremos volver.
Yo me lo tomaba con mejor filosofía que ellos, ahora estaba hasta contento. Vamos a ver qué pone aquí:
“A estas alturas chavales, en la otra vida, algún niño o adolescente está a punto de dejar un libro a medias, sin terminar, sin concluir, tenéis la difícil tarea tanto tú, Vicente, como Borja y Miriam, de ayudar a los próximos viajeros a volver al maravilloso mundo que nos rodea, sólo es necesario que valoren verdaderamente la lectura. Tú, Vicente, ya lo has conseguido, pero eres fundamental a la hora de hacerle ver a un chico de tu misma edad, cómo se puede mejorar simplemente aprendiendo a leer su propia vida. Pronto volverás a tu casa, a tu colegio y a dar clase conmigo, o no, todo dependerá de la ilusión que has recuperado y la autoestima que ahora ya tienes. Estáis tres personas, dos adolescentes y un preadolescente, no creo que haya chico o chica que se os resista. A estas alturas, Borja y Miriam ya habrán vuelto a discutir Vicente, no es la primera vez, intenta convencerlos (yo aún no he podido) de que si quieren volver a casa, tendrán que resolver esas discusiones tontas que se traen a menudo.
Recapitulando, si no me equivoco, ya os toca una nueva aventura. Confío en vosotros chicos, nadie como ustedes, para que otros niños aprendan el placer de leer, aventuras no os van a faltar y…”
No acabé de leer el final, tenía entre mis manos los folios cuando miré sobre mis pies y estaba lleno de agua.
-¿Qué pasa? ¿Qué es esto?
Mis rodillas estaban empapándose, me encontraba dentro de una fuente.
-Borja, ¿qué hacemos aquí? –pregunté extrañado.
-¿Cómo? ¿Aquí dónde? Mira Vicente, tú deliras, llevamos aquí un día entero, no nos ves. Que estamos muertos, y sal ya de la dichosa fuente tío. Eres ya grandecito para estar dentro, ¿no piensas igual Miriam?
-Sí, sí, ya está bien chiquillo, qué nos dejas en vergüenza.
-¿Qué ocurre ahora?
No me lo podía creer, ya no me acordaba de lo que estaba haciendo antes de aparecer en la fuente. ¡Ah! Recordé algo de unos folios, eso, eso, pero… si aquí no hay ningún folio… ¡Dios mío, creo que voy a perder la cabeza!
-Bueno, ¿a qué esperamos? -contesté bastante enojado.
-Pues, qué va a ser, esperamos…
-¿Qué esperaban, abuelo? ¿A qué esperaban Vicente y sus amigos?
- Creo que oigo a vuestra abuela…
-¡Abuelo, abuelo!
-Hijos, seguid leyendo, vuestra abuela me llama. Ya le dije que no me molestara. Voy a mirar que quiere ahora. Vuelvo enseguida, mientras tanto ya sabéis, acabad el libro, quedan muy pocas páginas y sino no sabéis que le pasará a Vicente.
El abuelo bajó a la cocina y su mujer ya anciana, quería que le ayudara a coger los platos para el almuerzo de sus tres nietos, Alba, Rubén y Sergio.
-¿Qué pasa Ricardo?, ¡ya está bien de leerle a tus nietos tus libros! Si quieres que les guste leer, es mejor que no les insistas tanto! Anda, anda, sube a por ellos y diles que ya mismo está el almuerzo, que se laven bien las manos.
-Lo siento cariño, esta vez se han marchado sin despedirse de ti.
-¿Y eso por qué?
-Los esperaba alguien, un tal Vicente y sus amigos, que dicen que tienen que intentar enseñarles una cosa muy importante.
-Espero que sea cosa de ellos y no tuya, Ricardo, ya te dicho mil veces que te jubiles ya, que estás empezando a ser un profesor algo chocho. Hay que dejar paso a los nuevos.
-Amor mío, siempre te he dicho que yo no soy profesor, soy Maestro. ¡Ahh!, una cosa más… un Maestro, nunca, nunca se jubila; mi labor es buscar la manera de sacar lo mejor de cada niño y ayudarlo a descubrir el camino que lo haga feliz, aunque al final, los puñeteros, lo que consiguen siempre es sacar lo mejor, lo más bueno de mí mismo, y eso, cariño, no tiene precio. Es de la única riqueza de la que nunca me quisiera desprender.